(Escrito originalmente el 20 de mayo de 2009) Independientemente de los resultados de las elecciones en 2006, si ganó o no el candidato(a) de su preferencia, el resultado general que derivó de las mismas dejó un mal sabor de boca. Consecuencia que se trató de paliar con la reforma electoral de 2007 en la que no solo los medios de comunicación (a los que iba dirigida principalmente) encontraron los vacíos legales para poder seguir operando, sino que los propios padres de la reforma, es decir, los partidos políticos, decidieron engendrar un hijo para después agarrarlo a patadas. Pero a que voy con todo esto:
Durante la década de los setenta ocurrieron varias transiciones democráticas, sin embargo, existen dos casos que vale la pena remarcar: el español y el griego. En ambos casos los personajes involucrados estuvieron a la altura de lo que la sociedad y las circunstancias demandaban. De ahí que algunos involucrados como el Rey Juan Carlos, Adolfo Suárez, Carlos Arias, el Congreso (Cortes Generales), Constantinos Karamanlis, los militares moderados y Christos Sartzetakis, hayan logrado consolidar sistemas democráticos. En ambos casos, no fueron por sí mismos los responsables de lograr la instauración del voto libre en sus países, los partidos a los que pertenecían jugaron un papel fundamental.
En el caso mexicano hoy se debate si todavía estamos en una transición o si ya se logró una consolidación. Alejándonos del debate teórico, la realidad es que nuestra democracia está lejos de ser madura. La alternancia fue un primer paso, sin embargo, el comportamiento de los actores políticos tanto como de los partidos, ha dejado mucho que desear ya que la consolidación de la democracia nunca ha sido el objetivo de los mismos. El botín principal es el manejo de los recursos que la burocracia ofrece y en la manipulación de las estructuras que el régimen autoritario construyo a lo largo de 70 años de gobierno. De esto se desprende el comportamiento de los partidos y la nula intención de construir un nuevo entramado institucional que responda con eficiencia a las demandas ciudadanas.
Esas estructuras que la sociedad demandó modificar tan airadamente han funcionado para que nos moviéramos de un autoritarismo nacional a varios regímenes semi-autoritarios estatales y municipales. Y luego nos preguntamos ¿por qué nadie les cree a los partidos? o ¿por qué los diputados son los peor evaluados?
La realidad es que ni a los partidos les importa la democracia, pero a los ciudadanos tampoco.


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