Los rotos

Los rotos caminan deteniéndose a cada paso a recoger los pedazos que van dejando en el camino, son como vasijas que han caído al suelo, esparciendo fragmentos que cuentan historias de dolor, de lucha y de resiliencia. Los otros, en cambio, avanzan con rapidez, enfrentándose de vez en cuanto a los problemas de la vida, pero no son el problema de sus vidas.

Los japoneses, en cambio, desde su estilo poético de interpretar las cosas, celebran lo imperfecto a través de la reparación. De esta forma, cuando una pieza de cerámica se rompe, utilizan resina mezclada con polvo de oro, plata o platino para transformar los fragmentos en una pieza única en la que lucen las uniones.  

Es como si los seres humanos en lugar de ocultar sus cicatrices, las resaltaran para convertirlas en parte esencial de su ser. Es una metáfora en la que las heridas y fracturas pueden transformarse en signos de fortaleza y belleza cuando se enfrentan con aceptación y cuidado.

Sin embargo, hay momentos en los que los fragmentos quedan alejados del cuerpo o esparcidos de tal forma que son difíciles de recuperar. Es ahí donde no queda más que aprender a vivir sin ellos, a dejar fluir el aire por los huecos.

Quizá todo reside en la capacidad de transformación, que, a diferencia del cambio, es un motivador que proviene de la voluntad y no de la necesidad. A pesar de ello, en los rotos reside una belleza que no necesita perfección, sino autenticidad; un recordatorio de que incluso lo quebrado puede reconstruirse en algo más fuerte, algo más valioso de lo que alguna vez fue.


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