Las trampas de la memoria

En 2002 Daniel Kahneman ganó el premio Nóbel de Economía “por integrar aspectos de la teoría psicológica sobre el comportamiento económico del ser humano en momentos de incertidumbre y realizar análisis empíricos de laboratorio, especialmente sobre mecanismos alternativos de mercado”. Este enfoque permitió, entre otras cosas, que se desarrollaran obras que han servido para comprender con mayor exactitud el comportamiento humano. Dicho esto, el galardonado en su libro Think Fast and Slow estableció que existen dos sistemas de pensamiento que determinan la manera como se forman nuestras decisiones y juicios:

Sistema 1: rápido, automático, emocional e intuitivo. Opera de manera subconsciente y es responsable de nuestras reacciones inmediatas y decisiones rápidas.

Sistema 2: lento, deliberativo, lógico y consciente. Requiere esfuerzo y es utilizado para analizar situaciones complejas y tomar decisiones más reflexivas.

Kahneman argumenta que, aunque el Sistema 1 es eficiente y útil en muchas situaciones, también es propenso a errores y sesgos cognitivos. Por otro lado, el Sistema 2, aunque es más confiable, tiende a ser perezoso y a delegar decisiones en el Sistema 1.

Ahora bien, uno de los papeles más importantes dentro de estos mecanismos, lo juega la memoria, que, en el primer sistema, funciona como base donde los recuerdos almacenados y patrones aprendidos generan las respuestas automáticas e intuitivas. En el segundo caso, el sistema recurre a recuerdos específicos y datos almacenados para analizar situaciones complejas y tomar decisiones más reflexivas.

Dicho lo anterior, al ahondar a mayor detalle en la forma en la que opera la memoria, nos damos cuenta de que los recuerdos son todo menos realidad, ya que se transforman constantemente gracias a la plasticidad del cerebro y los procesos de consolidación y reconsolidación.  De esta forma, cuando se crea un recuerdo, el cerebro codifica la información a través de redes neuronales específicas. Estas conexiones iniciales son frágiles y dependen de factores como la atención, la emoción y el contexto.

Después de ser codificados, los recuerdos pasan por un proceso de consolidación, donde se almacenan en áreas como el hipocampo y, a largo plazo, en la corteza cerebral. Durante este proceso, el cerebro refuerza las conexiones neuronales, creando una «huella» más duradera. De esta manera, cada vez que recordamos algo, el cerebro reactiva esas redes neuronales. Proceso que hace que el recuerdo sea susceptible a modificaciones, ya que puede ser influenciado por nuevas experiencias, emociones y contexto.

Por todo lo anterior, los recuerdos no son estáticos, sino dinámicos, adaptándose a nuevas circunstancias. Dicho esto, con el tiempo, los detalles específicos de un recuerdo pueden desvanecerse, pero su esencia emocional y conceptual tiende a mantenerse. Esto ocurre porque el cerebro prioriza lo que considera relevante y puede mezclar diferentes experiencias para crear narrativas más coherentes. De esta forma, las emociones juegan un papel crucial en la transformación de los recuerdos. Las experiencias intensamente emocionales tienden a permanecer más vívidas, aunque también son susceptibles de distorsión.

En resumen, la memoria no solo es un recurso para recordar hechos, sino que también moldea nuestras percepciones y decisiones. Asimismo, los recuerdos no son copias exactas de nuestras experiencias; son reconstrucciones que cambian con el tiempo, influenciadas por la neuro plasticidad del cerebro, las emociones y el contexto.


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